Por Omar Auton
“El que tiene un porqué siempre encontrará una forma de soportar cualquier cómo” Federico Nietzsche
“Y dónde están ahora los filósofos críticos/Tiñendo sus palabras de intereses políticos/ ¿Y dónde está el bien? ¿Debajo de quién? / Adonde hay un ejemplo que nos sirva de ley”
Los versos de Miguel Cantilo son del año 1981 y muestran el mismo desencanto que quizás sientan muchos jóvenes de hoy, aunque también revela, en el uso permanente del “nosotros”, una idea comunitaria que hoy parece en retroceso ante el individualismo feroz de la hora.
Retomando la cuestión de las nuevas formas de comunicación, que algunos denominan de “incomunicación”, ya que si bien pocas veces las personas tuvieron acceso a semejante cantidad de información, su segmentación algorítmica y la pérdida del “ágora”, que en la Grecia antigua eran los mercados, vaya paradoja, donde encontrarse con el otro, con los otros y resignificar las noticias a partir del diálogo y el debate, queda inerme ante los intereses de los generadores de contenidos.
En el libro citado de Byung Chul Han aparece una visión de Arendt que cita textual, “El pensamiento que lleva a la formación de la opinión es genuinamente discursivo, por cuanto se hace presente la opinión del otro” esto es, el discurso es un movimiento de ida y vuelta, “La palabra latina discursus significa discurrir, moverse por, ir por ahí, en el discurso el otro nos desvía en un sentido positivo…solo la voz del otro presta a mi afirmación, a mi opinión una cualidad discursiva”:
El discurso político no es el relato unilateral y autosuficiente del presunto dirigente, para ser “discurso” se requiere la presencia activa del “otro”, cuando un dirigente habla no expresa exclusivamente su punto de vista, trata de contener en sus palabras una visión, una opinión grupal o colectiva, su pensamiento se completa al encontrarse con el pensamiento de los demás, la palabra debe exhibir ese conocimiento, esa incorporación, habla “por todos” y para lograr eso primero debe saber escuchar.
Retomando el filósofo coreano coincido en que “La crisis actual de la acción comunicativa se debe al hecho que el otro está en trance de desaparición, la desaparición del otro significa el fin del discurso. Este hecho priva a la opinión de la racionalidad comunicativa. La expulsión del otro refuerza la compulsión auto propagandística de adoctrinarse con las propias ideas” (el subrayado es mío)
El discurso político exige la separación de la opinión propia de la identidad propia, quiénes se aferran desesperadamente a sus opiniones porque de lo contrario su identidad se ve amenazada, “No oyen al otro, no lo escuchan. Pero la práctica del discurso consiste en escuchar, la crisis de la democracia es ante todo una crisis del escuchar”, parece que el problema es generalizado.
La emergencia de la aparición de las llamadas “alt right” o derechas alternativas, manía de encasillar fenómenos actuales en categorías preexistentes para dotar a los análisis de “rigor científico”, tiene que ver, a nivel mundial, con la pérdida de representación de las estructuras políticas tradicionales, su encapsulamiento discursivo y en la toma de decisiones, el creer que se puede reemplazar la realidad por figuras retóricas, me tocó estar en España en los años del comienzo de la crisis financiera y el estallido de la “burbuja inmobiliaria” y escuchar a Rodríguez Zapatero, presidente en ese momento anunciar por cadena nacional que el país ingresaba en un proceso de “acelerada desaceleración de la economía” (sic) para no decir “recesión”.
En América Latina los gobiernos progresistas que dominaron la escena desde el comienzo de este siglo no generaron en sus países las transformaciones estructurales imprescindibles para evitar los procesos de Corsi e Ricorsi, por ello así como aparecieron en cadena, cayeron en cadena, salvo Lula en Brasil que comprendió los límites existentes para encarar esos procesos dentro de la democracia condicionada por las deudas externas, la pobreza, el atraso, la exclusión, los demás fueros derrotados en elecciones limpias y no han podido recuperar el gobierno (Correa, Lugo, Kirchnerismo) o se han convertido en una mueca de sus orígenes (Venezuela).
Los nuevos liderazgos como Petro o Boric no hacen pie en el tembladeral de la distancia entre lo discursivo y la realidad y es difícil que puedan retener el gobierno en futuras elecciones.
La verborragia revolucionaria, la búsqueda permanente de supuestos o reales enemigos a vencer, transformando conflictos de intereses en cruzadas ideológicas, agotan a los pueblos, nadie puede trabajar, tener una familia, disfrutar de ella o del esparcimiento en un clima de “revolución permanente” de décadas y menos aun cuando los resultados de esas revoluciones son escasos o al menos poco visibles.
Los emergentes de la antipolítica como Bolsonaro o Milei son la consecuencia del vaciamiento previo de la Política, (sí, con mayúsculas), cuando ésta deja de ser el instrumento para construir la felicidad del pueblo, cuando sus dirigentes dejan de expresar en sus discursos el pensamiento y los anhelos de las grandes mayorías, cuando además trafican sus promesas en aras de un “pragmatismo” sin límites y si encima, como venimos diciendo, exhiben con impudicia su progreso económico y un estilo de vida de lujos, con fotos en revistas y ropas de marcas internacionales, un buen día los pueblos se hartan y con tal de sacárselos de encima votan a quién les parece honesto aunque sea una fachada o representen, al fin de cuentas los mismos intereses que la “casta” repudiada.
Perdimos porque no supimos usar las nuevas tecnologías.-
Esta es una frase muy común en la dirigencia política, acostumbrada a los “focus groups”, a las encuestas de opinión, a los desfiles por los programas de TV, dado que “En un acto te ven y escuchan algunos miles, en la TV millones” ya sean programas de cocina, de chismes o de la farándula, aceptando muchas veces un lenguaje agresivo de sus entrevistadores con tal de tener los “minutos en el aire”.
Es falso, por ejemplo que Milei debe su conocimiento a Tik Tok, primero transitó los programas de TV durante años, su figura y lenguaje estentóreo y agresivo cuajan perfectamente con una televisión que sostenía la mediocracia basada en el espectáculo y el entretenimiento, el discurso político del que hablamos se dejó de lado para ser parte del entretenimiento, sea como “intruso”, “intratable” o “animal suelto”, al no ser parte de la “clase política” podía agredir sin ser agredido y los televidentes celebraban el destrato al político de turno.
La aparición de la infocracia cambió todo, esta se basa en las noticias falsas y la desinformación, para ella las redes son el lugar donde se mueven a sus anchas, la segmentación de lo que nos llega, basada en nuestra propensión a entregar toda la información posible sobre nuestros gustos, inclinaciones o preferencias simplemente con un “like” hizo el resto, pero operaron en un terreno que se venía anunciando hace décadas.
Ahora bien ¿podemos hablar de esto como el resultado de las “nuevas tecnologías”?, me atrevo a adelantar que NO, que eso es falso. Hace ya 38 años un pensador argentino Eduardo Azcuy en un pequeño libro de no más de 46 carillas (“Identidad cultural y cambio tecnológico en América Latina”; Centro de Estudios latinoamericanos; Buenos Aires;1985) nos explicaba que “ciertos grupos se hallan dispuestos a poner límites al caos (habla de la célebre Trilateral Comission), su modo habitual de predominio se basa en la asfixia económica de los pueblos y en la despersonalización cultural que generan los medios de comunicación social…se trata de crear la nueva imagen de un “capitalismo social” y exaltar las virtudes de una “democracia participatoria” con partidos políticos intercambiables, sustentada en un “humanismo racional” producto del progreso electrónico…en su avance hacia ese horizonte tecnocultural apuntan a erosionar las creencias, lo subjetivo, lo “no cuantificable” homogeneizar las culturas tradicionales descalificando los particularismos y las diferencias…Mientras un 15% de la población mundial ya convive con la informática, la cibernética, la ingeniería genética, la energética del plasma y del láser, la manufactura integrada por la computación (CIM), el 85 % restante transita una realidad signada por la explotación, la carencia habitacional, el analfabetismo y el infraconsumo… la planificación del cambio tecnológico debe ocupar, sin duda, un lugar privilegiado en las políticas nacionales”.
Con la salvedad que ese poder transnacional descubrió que en lugar de “descalificar” los particularismos y las diferencias cualturales, podía servirse de ellos para dividir las comunidades nacionales, aumentando la fragmentación y divisiones internas (pueblos originarios, identidades raciales, los llamados “derechos de segunda generación”), todo lo expuesto revela la farsa de los discursos del temor ante los “nuevos avances tecnológicos”, su efecto no sólo sobre el empleo y la distribución de la riqueza sino sobre la “información unificada y compartida, el consumismo uniformado” y el individualismo exacerbado, no es algo nuevo o que nos sorprenda, salvo que hayamos perdido nuestra capacidad de observar la realidad mundial y sacar conclusiones o lo que es peor aún de estudiar a aquellos argentinos que nos advirtieron este fenómeno hace décadas.
Existen antecedentes y trabajos elaborados durante los años 80 y 90 que llamaron la atención sobre lo que según los autores se dio en llamar “La era tecnotrónica” (Zbigniew Brzezinski) “La tercera ola” (Alvin Toffler) o “El advenimiento de la sociedad posindustrial” (Daniel Bell) y, a riesgo de no cumplir las reglas de la moderna comunicación, voy a comentarlos para que veamos hasta qué punto muchos de nuestros intelectuales prefirieron asegurarse sus cátedras y sus congresos y papers, financiados por las fundaciones transnacionales antes que continuar y profundizar los análisis prospectivos del futuro que se avecinaba.
En otro libro, de autoría colectiva “Identidad Cultural, Ciencia y Tecnología” (García Cambeiro, Colección Estudios Latinoamericanos; Buenos Aires; 1987), el mismo Azcuy nos decía “En los grandes conglomerados urbanos, el individuo se refugia en el consumo y se allana al estilo de vida que le proponen los medios masivos de comunicación, los mass media lo manipulan y lo alienan… La vida personal replegada sobre el “pequeño bienestar”, indiferente a los graves problemas colectivos, vaciada por la sumisión al artefacto, se desplaza de lo vital a lo meramente racional y se proyecta en la dirección excluyente del progreso mecánico”.
Alfredo Mason ya nos advertía que “Friedrich Hayek ha llegado a sostener que la organización social es inútil y peligrosa, que la idea que alguien pudiera mantenerse al margen de la civilización planetaria-o al menos de su sistema de pensamiento-para juzgarla desde fuera o desde un punto de observación es una ilusión” y Milton Friedman que “en la sociedad del siglo XXI, los correos, la educación e incluso la recaudación de impuestos y la defensa nacional, estarán controlados por corporaciones que, sostenidas por una marcada descentralización, forzarán a las colectividades locales a modular sus impuestos, echar mano del marketing y de la publicidad para retener a sus ciudadanos-clientes”, sí, hace 36 años ya estaban en discusión las ideas de Milei, y Hayek ya había asesorado a Pinochet en Chile sosteniendo que “la libertad económica es más importante que la democracia”.
Más adelante, citando una obra de E. Ruiz García “La era de Carter”, escribe “Se desarrolla una nueva racionalidad desde la cual se reordena la sociedad, sobre la herencia cultural de ser más por medio de tener más, se edifica una “moral” de ser más por medio de consumir más”
Mario Casalla en otro artículo, nos advierte que “resulta imposible ignorar que durante las dos últimas décadas se ha producido un verdadero “salto tecnológico” en el conocimiento humano, sin parangón en las centurias anteriores…la tecnología, la electrónica, la informática y la robótica actúan a la vez como aceleradores y principales actores del cambio económico social. Las consecuencias sociales están a la vista, unificación espacio-temporal del planeta (dónde las distancias han sido prácticamente anuladas); cambios sustanciales en las relaciones productivas y laborales; alteración continua de usos y costumbres individuales y sociales; nuevo orden económico y político internacionales. Está también la otra cara de la moneda (muchas veces separada deliberadamente de la anterior, debilitamiento de los espacios y culturas nacionales, creciente angustia social e individual ante lo acelerado del cambio, aparición de nuevas clases sociales y mayor distanciamiento entre las existentes, devastación ecológica y nuevas carencias en áreas de insumos denominados críticos y masivas inversiones en el complejo militar industrial”, este último punto es notorio en las grandes potencias e incluso en algunas emergentes.
Como vemos todas las cuestiones que hoy nos quitan el sueño y que seguimos viendo como “nuevas” tienen décadas, ya estaban entre nosotros cuando todos los menores de 50 años eran adolescentes o aún no habían nacido, pese a eso muchos contemporáneos nos repiten su angustia por el “cambio vertiginoso de la realidad” mientras teclea en su smartphone un mensaje de whatsapp y lo completan diciendo “el cambio tecnológico en los últimos diez años ha sido vertiginoso”.
Todos los autores mencionados, en los trabajos citados y en otros no sólo han advertido la deriva que necesariamente se produciría ante los cambios sino que propusieron debates, caminos a recorrer o intentar (al menos), no para marginarse de ese cambio sino señalando claramente que “lamentablemente buena parte de las elites modernizadoras latinoamericanas ponen sus mayores esperanzas en el desarrollo científico tecnológico, sin plantearse siquiera el dilema de cual ciencia y cual técnica. En el mejor de los casos se acepta vagamente la necesidad de una adaptación” (Mario Casalla; ob. Cit.).
En resumen lo único nuevo es la aparición de internet y de las aplicaciones y smartphones, pero no dejan de ser desarrollos previstos hace décadas. Las consecuencias de exacerbación del consumismo, individualismo, ruptura de lazos comunitarios, aparición de nuevas clases sociales en una sociedad fragmentada, el debilitamiento del Estado frente a las grandes corporaciones globales ya convivía con los que tenemos más de 60 años, ¿dónde estaban nuestras elites políticas e intelectuales?, ¿que se debatió en las grandes universidades y centros de investigación sostenidos por el erario público? ¿dónde estuvieron y están las grandes respuestas a tan viejos desafíos?
Cuando hoy un producto de los massmedia, encabalgado en las plataformas mediáticas, impregnado de una ideología fracasada en el siglo pasado y el actual, con una propuesta que ya nos ofrecieron Alsogaray, Cavallo y Caputo, gana las elecciones esgrimiendo una motosierra (en 1989 el candidato radical Eduardo Angeloz proponía desguazar el Estado y mostraba un serrucho, una versión tecnológica más anticuada), hay que ser muy distraído, para no usar epítetos más agresivos, para mostrar sorpresa.
¿Continuará?
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